25 años de un espejo roto

Este mes se cumplieron 25 años de la tragedia de mi familia. Evocó este texto que escribí en mayo.

Cuando vi la película Encanto me sentí identificada con el personaje de Mirabel, al igual que ella, ya también tardé mucho en saber cuál era mi talento y pasé muchos años sintiéndome inutil. Pero no solo en eso me identifico. 

Al día de hoy pienso en lo arquetípica que es la historia. La película, que muestra la riqueza natural y cultural de Colombia, también muestra un pueblo unido que reconstruye su casa destruida, y el peso emocional asumido por las mujeres para mantener a flote a sus familias después del conflicto; Y ahí es donde también veo a las mujeres de mi familia. El símbolo arquetipo al que me refiero es el del espejo quebrado que Mirabel empieza a juntar por pedazos para entender ese pasado oscuro e innombrable de su familia. No sé si los libretistas escucharon esa frase dicha por algunos periodistas y víctimas del conflicto que dicen que Colombia es un espejo roto. La verdad es que la nacionalidad colombiana marca, y te pone un sello según el lugar y el tiempo en que nazcas, ojalá las generaciones recientes no estén destinadas a quedar con las cicatrices de la guerra, porque ese el sello que a mi me marcó, me marcó nacer en los 90s en el nordeste de antioquia, un contexto protagonizado por tomas de guerrilla y paramilitares.


Tenía yo casi 5 años y pasaba unas felices vacaciones en el paraíso que era la finca de mis abuelos antes de aquel fatídico puente festivo de noviembre de 1998.  Por fortuna conservo memoria de esos días, mis recuerdos más felices de esa época son en ese lugar, el único donde mi mamá me enviaba tranquilamente porque sabía que mis abuelos y tíos me querían mucho. Aun recuerdo que ese domingo vimos  por televisión el desfile del reinado nacional de belleza. Mientras otra parte de Colombia celebraba en las fiestas novembrinas de Cartagena, una correría de muerte del bloque Metro de las AUC sucedía por las veredas de  Yolombó Antioquia. Seré breve porque para mi es más útil ir más allá de los detalles dolorosos. 

En la tarde del lunes 16 de noviembre,los paramilitares irrumpieron en la finca, saquearon la casa y se llevaron secuestrados a mis 5 tíos y 2 tías. En la casa solo quedamos mis abuelos y yo. Al día siguiente solo regresan 4. Luego viene el desplazamiento, y la segunda tortura que es esperar noticias de mis tres tíos desaparecidos. Porque pasaban los días y la esperanza era latente, pasaron los meses y la esperanza se volvió incertidumbre, pasaron los años y la esperanza fue burlada. 


La tortura fue para mí familia, porque yo era solo una niña y aunque recuerdo muy bien aquel día, no recuerdo el momento en que llegamos al pueblo, lo más probable es que yo viviera un inocente diciembre feliz, y siguiera con mis juegos de niña, solo recuerdo mis tardes en esa casa de la abuela, viendo unas tías literalmente encerradas por el odio, unos tíos borrachos arrastrando adicciones hasta el día de hoy. Los hechos de esos días son un relato que se volvió costumbre, pero eso no quiere decir que nos guste hablar de ello. Solo cuando ingresé a la universidad y la conciencia política apareció en forma de preguntas. Ni siquiera sabía la diferencia entre un guerrillero y un paramilitar, o porqué tenían presencia en ese lugar, porqué nadie sabe dónde están? Son muchas las preguntas y respuestas a nivel político que no alcanzo a mencionar acá.


Me pregunto si este dolor me alcanza, si tiene que ver conmigo o no, aunque es inevitable pensar que de cierta manera eso envenenó la tierra en la que crecí. Intentando escribir esto, confirmo que estas palabras no me ayudarán a resolver nada, porque finalmente ese el drama suspendido en el tiempo, la incertidumbre perpetua que supone para las familias, la desaparición forzada.


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