Utis de Anocosca: Elogio al anonimato.


Quiero rendir homenaje a la modestia de un sacerdote que conocí hace unos 10 años en el pueblo donde viví. Su nombre era Gabriel Montoya Giraldo. llegó de visita a Amalfi porque era amigo de Ernesto Gómez, un cura de costumbres conservadoras que fue párroco entre el 2008 y 2012. Ambos eran de esos últimos sacerdotes que hacen de la sotana negra un verdadero hábito.

Sería el año 2009 cuando por las calles de Amalfi se paseaba un señor de sotana y sombrero negro, lentes y  bordón. Por esos días mi papá llevó un nuevo libro de poesías a la casa y me contó que mientras leía la prensa dominical en el parque, el curita de sombrero se le acercó diciéndole: "caballero como veo que le gusta leer, le ofrezco este libro de poemas".  Mi papá que nunca escatima en libros, con mucho gusto se lo compró. Ese libro se titula En El huerto del alma y por autor firmaba Utis de Anacosca; era una colección de poemas propios y de otros autores. En ese entonces yo solo lo tomaba para ver los significados de los nombres, no sería hasta inicios del 2013 que comencé a leerlo como primer acercamiento a la poesía. 


Sin agregar nada ficticio a mis recuerdos, contaré la bella casualidad que sucedió un día que, estando con mi hermana en el parque le comenté la curiosidad que sentía por saber qué significaba Utis de Anacosca y quién era ese señor tan raro, porque sentía que esos poemas me impactaban el alma. Mi hermana me respondió que tendríamos que averiguar con el padre Ernesto porque hacía mínimo 2 años que no veíamos a Utis.  Y cómo es que esa misma tarde vimos atravesar por todo el atrio esa silueta negra tan fuera de lo común en ambientes de provincia. No nos atrevimos a abordarlo ahí mismo porque su aspecto siempre inspiraba ese temor a lo extraño. Sería al otro día que fuimos a buscarlo a la casa cural, con la pena de que la señora del servicio le avisará que lo necesitaban dos muchachas. Así salió él con su caminar pausado y su bordón. Nos presentamos y él preguntó para qué lo buscábamos, "queremos hablar sobre sus libros de poemas" respondimos; El señor de manera algo severa nos dijo que tendría que ser ¡el domingo a las 7 de la mañana! yo en ese entonces no concebía levantarme a esa hora, además ese domingo era mi cumpleaños 19; así que mi hermana me despertó diciendo: "vamos pues que no podemos ser tan descaradas de incumplir la cita que nosotras mismas le pedimos". Yo no me bañé por el frío y me puse una sudadera y un saco para conservar el calor de las cobijas, solo me lavé la cara y salimos a nuestra entrevista.

Al sentarnos a la mesa con Utis, pudimos sentir de cerca su presencia misteriosa, podía medir 1'80 de estatura, sus movimientos lentos, su bordón, su olor masculino añejado que me recordaba a mi difunto abuelo; impresionaba ver sus ojos vidriosos a través de los gruesos lentes de marco negro; aunque una nube espesa los cubría, dejaba entrever la profundidad de la sabiduría adquirida en años. 

Curiosamente, de esa charla que duraría media hora, recuerdo más el momento que lo conversado. Le preguntamos por su origen y su seudónimo, nos contestó que tenía 90 años y era sacerdote Eudista. Lo primero que nos preguntó era si ya habíamos leído los clásicos griegos, a lo que respondimos con pena de inexpertas  que no. Prosiguió: "ustedes no saben toda la sabiduría que contienen esas obras", se refería a los poemas homéricos a los cuales aún hoy les adeudo lectura. Nos explicó que Utis era un personaje de la Odisea y que significaba Nadie, luego comentó que Anacosca era una vereda en Caicedo Antioquia lugar de su nacimiento, de ahí que a la usanza antigua de tomar como apellido el lugar de origen, él adoptó el seudónimo Utis de Anacosca para sus libros y que ello podía significar Nadie de Nada. Desde entonces recuerdo ese cumpleaños como un día de iniciación en los humildes y generosos libros de poesía.

Inicialmente quería llamar este relato El mendigo que rechazó la caridad, por otra anécdota de esos días que da cuenta del alma de Utis. Este suceso se supo por boca del mismo protagonista, un joven del pueblo que gustaba de manifestar públicamente su religiosidad, y también de ostentar lujos, ya que tenía una compra venta de oro. Este muchacho contó con aire burlesco la ocasión en que el padrecito se le acercó ofreciéndole el libro, a lo que este le respondió: "yo mejor le doy los $10.000 pero no me llevo el libro". El joven terminaba el relato con un sarcástico sentimiento de ofensa contando que el padre al escuchar la respuesta se retiró dejándolo con la palabra en la boca. Sacarán ustedes sus propias conclusiones.

No volví a saber de Utis sino hasta hace dos meses cuando se me ocurrió escribirle este homenaje. Hace años imaginaba que probablemente había muerto, pero en marzo averiguando sobre él, me enteré que está muy enfermo. Ahora sí, con certeza, este hombre centenario vive sus últimos meses. No recordará él mi efímero paso por su vida, pero yo sí recordaré su paso por la mía, porque aunque solo hablé con él 30 minutos, sí he conversado más tiempo con sus libros. Este es un tributo a inmortalizar en palabras la sabia modestia que Utis de Anacosca predicó en silencio durante su vida, bajo la austeridad de la sotana y el anonimato, con verdadera renuncia a reconocimientos, sin pretensiones de ser publicado en todas partes; porque finalmente el objeto de la sabiduría no es ostentarla en éxitos y vanidades, sino compartirla a los más cercanos sin más ambición que la del sembrador que esparce semillas sin saber cuáles  germinaran en el huerto del alma.


Nota: Publico este texto al enterarme que el padre Gabriel Falleció el 2 mayo del 2021 en Medellín. 



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