Ver la belleza de frente.


Desde hace tres años tengo el hábito de ir a leer en la terraza del quinto piso arriba de mi casa, lugar donde puedo contemplar la ciudad de Medellín. Al principio, leía en aquella construcción inacabada dentro de la cual había un nido de avispas con el que aprendí a convivir en estos años; a pesar de que merezca alguna picadura de ellas por la vez que les tumbé el nido; aprendí de ellas esa lección tan básica, que todos habitamos una casa común. Al inicio, su sonoro zumbido me hacía brincar y salir corriendo de ellas, razón por la que no podía leer tranquila, pero después que ellas volvieron a construir su casa en el mismo lugar donde se las tumbé, ya supe que era irremediable intentar desplazarlas, lo mejor era que yo cambiará mi perspectiva hacia ellas porque finalmente ellas nunca me habían atacado, entonces la que tenía que solucionar su miedo era yo.

Pero bueno, disculparan ustedes que las avispas no son las protagonistas de esta historia.  Resulta que después de varios meses ocupada y de no ir a leer a la terraza, cierto día del último septiembre, fui a leer allí. Al rato sentí un zumbido muy fuerte, mientras levantaba la vista del libro pensé "debe ser una abeja gigante", al mismo instante que mire al frente y lo que encontré fue maravilloso:
¡Un colibrí! Impactada tomé el celular inmediatamente para intentar sacarle una foto, pero se había descargado hacia poco. Por lo que en ese momento supe que debía disfrutarlo directamente sin intermediarios. El pequeño colibrí revoloteó en la planta por unos 20 segundos, los cuales yo disfruté como si fueran una oración. Después que se fue, me quedé un rato con la esperanza de que regresará pero no volvió.

Ustedes dirán: ¿porqué esta extraña hace escándalo por un colibrí? La respuesta es que me asombró esa visita, porque en los 3 años que llevo leyendo en  ese lugar nunca había visto algo semejante. Es un 5 piso en un barrio donde el paisaje está compuesto de ladrillo y las únicas aves que veo de cerca son tórtolas y pecho amarillos. Claro que sé porqué llegó hasta allí; el colibrí vino a libar en la flor de la sábila que sembró mi madre y que también era primera vez que le conocía el espectáculo de su flor. Me asombraba pensar desde donde podía venir solo atraído por ese néctar. Este animal no solo fascina por su plumaje iridiscente, también por tener la capacidad de recorrer grandes distancias siendo tan pequeño y perseguir ese alimento que le proporciona la fuerza y la vida. Así que lo tomé como un mensajero, de que yo también debo seguir el olor de mi intuición para encontrar ese alimento que me dé fuerzas y sentido a mi existencia,  porque tal vez nosotros siendo lo que estamos llamados a ser seamos también un espectáculo de belleza que otros podrán contemplar e inspirarse.
La foto de arriba, la tomé hace pocos días, la penca echó otras 3 flores pero no volví a ver colibríes por aquí.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Memoria para Rosa: una historia de amor 🌹

Utis de Anocosca: Elogio al anonimato.

25 años de un espejo roto