Malas. Carmen Alborch


La última vez que fui a la biblioteca pública, me encantó eso de no ir a buscar un libro sino dejar que el libro me encontrara a mi. Como nos debe pasar con las personas en las calles, a veces caminamos por pasillos de libros en dirección a un punto fijo sin detenernos a observar qué sorpresas podemos hallar a los costados. Pues sucedió que vi el nombre de Carmen Alborch en un lomo; tal vez mi inconsciente se fijó en esta autora española a quien apenas conocí el año pasado y supe que trataba temas de mi interés.
Después de leer este libro sentí la necesidad de escribir para retener los aprendizajes como sucede con los buenos libros. Acá les comparto mi reflexión.

Crecimos con la narrativa de las Malas de los cuentos y las telenovelas; brujas repudiadas, a las que esos guiones morales no les interesaba hurgar en la causa de su maldad.  
En el colegio, era común ver  niñas mirar a otras despectivamente y luego se mechoniaban solo por eso, en el peor de los casos resultaban peliando por novios.

He vísto madres maltratar a sus hij@s, y a la sociedad condenarlas de malas, sin pensar que detrás de esa violencia se esconden precariedades,  juventudes reprimidas, renuncias a libertades, proyectos e ilusiones;  maternidades prematuras y obligadas, porque todos creen que es muy fácil contar con la autonomía de recursos económicos, educativos y emocionales para planear "exitosamente" la vida de una mujer. Razón tenían aquéllas madres que se lamentaban al nacer sus hijas porque "a las mujeres les toca muy duro".

Crecimos viendo a las mujeres competir por belleza, por el deseo de un hombre, por un puesto de trabajo. Desde la antigüedad se cuentan historias de mujeres que han sido malas por celos, envidias, infidelidades. Por eso el feminismo lucha por un mundo donde nacer mujer no sea una carga y no implique la búsqueda desesperada de un reconocimiento reducido a la posición de ser deseada por ser bella y pura o de ser madre o esposa solo por asegurar su supervivencia.

Sin ser psicóloga, Carmen nos ofrece la sabiduría de su vasta experiencia y nos invita a psicoanalizarnos, a cuestionar nuestros sentimientos de envidia y odio porque ellos nos dicen mucho de nuestros miedos y asuntos no resueltos. El concejo universal de saber encausar el caudal de nuestras iras y deseos;  comprender el derecho de todos al enojo, porque los humanos somos máquinas de emociones, tenemos experiencias duras y heridas que heredamos inconscientemente. 

No tenemos qué envidiar a las otras, porque tienen algo que nos falta; sino aprender de la capacidad de la otra para lograr eso que anhelamos.
No tenemos por qué competir, porque valemos por sí mismas. Debemos juntarnos para alcanzar reconocimiento político y lograr otras oportunidades de ser y tener un lugar en otros campos.

No más juzgar a la otra por su estética, su sexualidad, sus espacios, hay que parar esos dichos misóginos relacionados con "tenía que ser mujer", o "la peor enemiga de una mujer es otra mujer"; como afirma Carmen, el chisme es el poder del oprimido. Me aterra lo común que es ver en ambientes populares a tantas mujeres tirarse tan duro, todo porque para adquirir la conciencia de esa opresión patriarcal y misógina es necesario salir primero de la opresión de la pobreza y la ignorancia.

Por último Carmen hace un recuento de la enorme trayectoria de complicidad que también tienen las mujeres, porque se han juntado para hablar de sus dichas y desdichas desde las antiguas cocinas, lavanderías y costureros; y en el último siglo se han juntado para hablar y trabajar por el reconocimiento de sus derechos.
Nos recuerda que es a las mujeres a quienes ha correspondido mediar conflictos y reconstruir pueblos después de guerras devastadoras; por lo que existen antecedes y motivos de sobra para procurar una sociedad con más mujeres cómplices, no bajo una idealizada hermandad sino bajo una sororidad con sentido crítico que nos permita encontrar causas comunes aceptando el derecho de cada cual a ser diferente.

Este es mi aporte para que está autora sea  más conocida y más leída. Porque hace parte de ese legado de mujeres del pasado en la construcción de la casa común de la equidad. 


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