Lo más lindo que vi hoy

Tengo el hábito de pasar la última hora de luz del día mientras leo en la terraza. En ese lugar percibo los detalles cotidianos: los pájaros volar en manadas, tríos o parejas; las irrepetibles formas y colores del cielo, los insectos que se posan en muros y plantas,  los ladridos de los perros, los gatos  paseando por los techos, el ruido de los carros, vendedores ambulantes, serenatas de pandemia, y los ruidos de los niños; los que me inspiraron a escribir hoy.


A veces escucho a los niños llorar por un regaño, jugar con sus bicicletas y cometas en sus terrazas. Hoy escuché un grito agudo de asombro de una nena, seguido de un ¡Qué día tan maravilloso! Lo exclamó al salir a su balcón y ver el atardecer con luna creciente que hizo hoy. Ella, de unos 4 años, fue corriendo a traer a su madre, quien salió a ver el cielo, imitando un gesto de sorpresa para compartir la alegría de su hija. Luego vendría su papá y la nena se quedó unos 10 minutos compartiendo con ellos, en alabanzas a esa felicidad espontánea que es el mayor tesoro de los niños. Sí, les recordaré el chicle de "ojalá nunca pierdan su niño interior".  Soy de las que le toma foto a cualquier atardecer, y tal vez algunos vecinos me verán como la rara que siempre vive en las nubes; pero antes es a mi a la que le parece extraño la gente que no sale a maravillarse con los atardeceres.
Esta es pues una casual invitación a detenerse en la observación silenciosa de toda la vida que sucede a nuestro al rededor; a tomarte un trago con el cielo si es que tienes la oportunidad de irte a un balcon, una ventana, un parque y darte el lujo de leer la ciudad y sus constantes paisajes.

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